20 octubre 2009

La madrina de Chile se reinventa

Domingo, 18 de octubre de 2009

Por Mariela Vallejos/La Nación Domingo

Problemas, problemitas, problemazos. Póngale usted el nombre. ¿El charquicán quedó desabrido? ¿Un desencuentro familiar derivó en tragedia griega? ¿Se fue un punto del tejido o estalló una recesión planetaria? Uno tras otro o todos juntos.

La tía Yoli tiene respuestas para lo que venga. Antes de que abra la boca el afectado -usted, yo o el supremo gobierno-, tendrá en sus manos varios amuletos y frascos con pócimas y habrá recibido reanimación moral a la vena: “Te va a ir bien con esto, mijito querido”, dirá la vidente.
Y sin saber cómo, estaremos de vuelta en el ring de la vida. ¿Cómo lo sabe? ¿Leyó los astros, echó las cartas, o vio el Dow Jones? Poco importa. El secreto de Yolanda está en la actitud.
En su domicilio atiborrado de santos y velas, no caben titubeos ni formalidad, y la tía mijitea a todo el mundo.


Es el sello matriarcal de Yolanda Sultana Halabí Riadi (70), consejera de generaciones de chilenos, incluidos gobernantes desde Frei padre al general Pinochet.

Agorera por oficio y astróloga empedernida, tantos horóscopos ha escrito, que a estas alturas es una suerte de Corín Tellado del zodiaco chilensis; una verdadera sindicada de las profecías con millones de vaticinios publicados por diarios nacionales y regionales.

El nombre que le dieron sus padres al nacer, y que más parece título nobiliario, hoy es marca registrada. Señora de amplio regazo y cabellos oxigenados, la astróloga ha sido parte del devenir nacional desde que la descubrió Don Francisco y la presentó en “Sábados Gigantes”.
Fue hace 30 años. Entonces inició una carrera mediática donde nunca -asegura- ha cobrado por figurar. “20 mil la consulta. Y con boleta de consejera de familia. Eso es lo que cobro yo”, concede. “Ni un peso más”.


Pero los médicos y sanadores también enferman, y Yolanda no podía ser la excepción. Nos soplaron que estaba fuera de las pistas y la fuimos a ver. Lo suyo había sido serio, pero circunstancial: “Hubo envidias de las que prefiero no hablar”, admitió.

“Tuve problemas de salud; el doctor me ordenó una operación, y, para colmo, la recesión me golpeó fuerte”.

Pero sobrevivió sacándole el jugo a su negocio más terrenal: una paquetería chica pero bien ubicada que expende chicles, caramelos, lápices y fotocopias.

Su fuerte, sin embargo, siempre ha sido la consejería. Gran promotora del recurso sobrenatural es esta descendiente de árabes avecindados en los años 50 en el sureño pueblo de Cherquenco.
El suyo, cuenta, no fue un hogar común sino un enorme bazar abierto a la comunidad, allá en la lejana frontera, donde las vecinas se regodeaban con las telas y los maridos encontraban desde calcetines hasta aperos de montar.


Ahí debe haber aprendido esa actitud solícita del vendedor viajero, tan útil para vender géneros como para leer el destino.

Contó desde la cuna con dones heredados -asegura- de una machi que murió en su casa al nacer ella: “Yo de chica hablaba moviendo las manos y me veía como un alcalde diciéndole a la gente lo que tenía que hacer. Mi papá creyó que estaba enferma, pero los médicos le dijeron que yo tenía un coeficiente intelectual muy alto. Un día le advertí a mi hermana que no saliera. Lo hizo y la atropelló un camión”.

Los años la ayudaron a superar la trágica muerte de su hermana, y guarda hermosos recuerdos de infancia.

“Jugábamos mucho. Me pusieron en los mejores colegios, tenía vestidos, muñecas, de todo. Me subía a los caballos, las carretas, tomaba mudai y comía tortilla de rescoldo. Pero fui floja para estudiar”, se lamenta. “Mi mamá me enseñó a tejer con clavos y cocinar lo más exquisito de la comida árabe”.

El destino traería nuevas desdichas: “A mi mamá se le quebró un plato de torta. Eso es mala suerte. Y ella dijo ‘que la desgracia caiga sobre mi casa, pero no sobre mis hijos’. No pasó una semana, y hubo un tremendo incendio en el pueblo.

Se quemó el negocio y la casa en que vivíamos. Quedamos en la calle”. Los Halabí comenzaron de cero en otro pueblo. Montaron un nuevo almacén, pero a poco andar, el padre murió. “Yo tenía 18 años”, recuerda con ojos húmedos. “Fue muy triste. Volvimos a perder todo”.

Yolanda pasó por varios oficios y tras un accidente laboral fue a dar a la Clínica Mercantil, y conoció a Fernando Durán, padre de su única hija. No se quedó con él porque yo “sólo quería ser madre”, dice.

Describe a su única descendiente como “ejemplar”. “Me coloca los zapatos y me compra lo que yo deseo sin que lo pida”. Para criarla, puso una cafetería en Santiago “servía trescientos desayunos y trescientos almuerzos. Trabajaba mucho, y así críe a mi hija, el gran tesoro que tengo”, asevera.

Cual ave Fénix, está acostumbrada a renacer, literalmente, de las cenizas. Llena de proyectos, y planificando sus memorias para el próximo año, nos hizo un tour por su cuartel general, esa legendaria casa en la Alameda que alguna vez fue destino de peregrinaciones y que por un tiempo ha estado solitaria.

Nos mostró fotos de los parientes árabes que han venido a visitarla y de su hija. En el patio, tras un ejercito de prendas puestas a secar al sol, se oreaba una piscina destinada a purificaciones de cuerpo y alma. Y un poco más allá, vimos un par de maestros: “Acá estamos haciendo el negocio de mi hija”, comentó entusiasmada.

“Tuvo un jardín infantil y sala cuna, pero está cansada. Se ha dedicado mucho a los niños y a mí. Ahora va a cambiar de rubro. Estamos haciendo un café, ¿cierto que está quedando lindo? Los voy a invitar a la inauguración”.

No pierde la fe en sí misma o en el país: “A partir de enero de 2010 Chile se recuperará -anuncia triunfante agitando en el aire anillos y pulseras-, se va a acabar la recesión, los chilenos van a encontrar empleo, y tendremos más plata. A mí también me va a ir mejor”.

Rodeada de ajos, incienso y talismanes, confirma que ya empezó su despegue: “Me llamaron del canal 11, y me fue regio. Les hice subir tres puntos de rating en un ratito. ¡Quedaron felices conmigo! También estoy en el canal 22, ayudando a la gente como me gusta”.

Se siente bien en almuerzos numerosos, a los que invita a Pedro Juan y Diego. “Yo he regalado mucho, mijita linda!”. ¿Por qué? “Porque yo tuve, mijita linda. Yo comí las mejores comidas y tuve los mejores muebles”.

Sueña con terminar sus días en el campo: “Tendría un fundo bien grande, donde todo el mundo fuera a botar la basura. Construiría casas alrededor, y pondría a vivir a la gente más pobre. De la basura sacaría el gas licuado para darles a todos...”.

Como buena maga, cultiva relaciones sin perder de vista el futuro: “Llévate esta imagen de la Difunta Correa, mija linda; esta oración, estos cuarzos, estos imanes. Te los regalo”, insiste.
“Y esta pomada también. Este santito consérvalo en la cartera. Y acá tienes un equeco para la abundancia. ¿Cómo se llama el director de tu diario, mijita? Dile que no se preocupe; que nadie le va a cerrar su diario. Que yo se lo digo”.


Después de eso, ¿quién va a salir hablando mal de Yolanda Sultana?